jueves, 30 de abril de 2009

LA CULPA NO ES DEL CHANCHO

Alguien tenía que encargarse de cumplir la profecía.

No fue Nostradamus y su papa negro.
No fue la tercera guerra mundial con arsenales atómicos.
Ni siquiera fueron necesarias las máquinas como en matrix o terminator.

El vérdugo elegido para poner fin a la involución humana fue menos glamoroso, menos misterioso y mucho menos místico: un chancho engripado.

Y esta muy bien. No hacía falta ni nos merecíamos mucho más.

Para qué molestar a los marcianos de Tim Burton cuando un simple chancho o un mosquito Aedes Albopictus pueden llevar adelante algo tan simple como librar al mundo de una especie sumida en la boludez, el caos y la imbecilidad permanente.

La humanidad, a lo largo de su existencia, no se ha hecho merecedora de una aniquilación con más onda que esa.

Excepciones hubo, pero no alcanzaron.
En un planeta con 6 mil millones de seres humanos no basta con algunos pocos para dar el promedio que nos haga merecedores de la vida.

Por mucho menos desaparecieron los dinosaurios y la historia siguió sin ellos.

Es bueno también, separar la paja del trigo. Cuando hablamos de esos pocos, no hablamos de los ecologistas 2.0 que se emocionan con las ballenas y separan la basura o torturan a los que fuman en su infructuoso anhelo de morir lo más sanitos posibles.

Hablamos de los que con hechos y no con palabras dieron testimonio de que la vida puede ser mucho más profunda que el shopping de rituales, emociones baratas y razonamientos superficiales en que la hemos convertido.

Las vidas humanas han dejado de ser intensas para convertirse en una patética y neurótica repetición. Esos dos grandes maestros que son el sexo y la muerte fueron guardados debajo de la alfombra generando vidas 0% como los yogures descremados y el agua. De vez en cuando algún gurú americano o de la india, mucho libro de autoayuda pero nada más.

De ponerle el cuerpo a nuestra verdad, de cambiar el ser buenos por el ser auténticos y pagar el precio por eso ni hablar.

En la película que vemos todos los días, Leónidas tranza con Jerges y se hace millonario. El último Samurai vende los rifles y se vuelve a casa, Neo se toma la pastilla azul y Alicia nunca descubre lo profundo que es el hollo y envejece con su marido en un país ya sin maravillas.

Si la humanidad va a terminar que sea de golpe. No de aburrimiento prolongado.

Igual sería bueno, aunque sea por una vez, que nos hagamos cargo de que la culpa nunca fue, es o será del chancho.

Es del que le da de comer. 

sábado, 11 de abril de 2009

DE PUTONAS Y ESPÓNSORS

En algunas mujeres, lejos de tapar la falta de onda, el maquillaje enfatiza su ausencia.
Es más, suele ir acompañado de sugerentes escotes y prendas ajustadas que parecen condenadas a estirar cada fibra a niveles impensados. Para ir al super, al gimnasio, a terapia... No importa el momento del día, ellas siempre están arregladitas para ese algo importante que jamás les pasa. Y que jamás les va a pasar: enamorarse de verdad.

Pero a no preocuparse. Para cada roto hay un descosido...
Para cada rota, también.
Y no es un descosido lo que van a encontrar.
Es un espónsor.

Lo que la putona invierte en make up, pilchas, lencería de colores vivos y perfumes su contraparte masculina -su futuro espónsor o esposo- lo invierte en comprar el buen gusto y la onda que no tiene.
Esto es auto caro, casa con hidro, pileta y quincho y reloj caro al que, no por casualidad, muchos llaman con un adjetivo muy descriptivo: "bobo".

Putonas y Espónsors nacieron para encontrarse. Y cuando se encuentran, se cumple una profecía para la que ambos trabajaron y se prepararon desde los remotos tiempos de su infancia.

Destinados al olvido en la primaria, sin otro talento particular que la necesidad de llamar la atención de papá en ellas y la necesidad de ser reconocidos por mamá en ellos, ambos eligieron el equivocado camino de demostrarle al mundo (y a todos los que estamos incluidos en él) que ellos "están para más". Lamentablemente, más de lo mismo.

La putona arquetípica encuentra entonces al hombre que hará realidad todos sus caprichos: viajes, auto, celular, pileta, plasma, gimanasio, spa y todo lo que una tarjeta de crédito o una extensión a su nombre pueda ofrecerle.
No lo hace porque disfrute cada cosa en sí. Lo hace por el sólo placer de sentir, por fin, que este nuevo papá le da todo lo que el de sangre no le dio: el infinito y neurótico goce de manejarlo a su antojo a cambio de hacerlo sentir dueño de un objeto que en una sociedad enferma y confundida cotiza en alza: una putona.

El espónsor típico, por su lado, es un looser. Lo siente desde chico en cada célula de su cuerpo. Sus maestras de la primaria no lo recuerdan. Muchos de sus compañeros tampoco. No es un amante del low profile, es un chico hambriento de aplausos que nunca llegaron y que lo convencieron, inconcientemente, de que aquello que "natura non da y salamanca non presta" se puede comprar en efectivo o con tarjeta.
No comparten con amigos, parejas, amantes ni familia. Invierten en ellos. Y los seleccionan de acuerdo a la cotización social del momento como si estuviesen frente a una vidriera de un enorme shopping. No de Londres, claro. De Miami.

Él siente un placer indescriptible de llevarla, en su auto caro, de su brazo, con reloj prominente, a reuniones familiares y salidas con amigos. Es la venganza que durante tanto tiempo buscó.
Ella, por su lado, siente el mismo morboso placer al bajar del auto caro o invitar a su nueva pileta a sus amigas y parientes. Fundamentalmente a papá. claro. O a su fantasma o sucesor, en caso de no haber resuelto su edipo en vida.

Lamentablemente para ellos y gracias a Dios para la coherencia del mundo, la putona y el espónsor no están destinados a perdurar.

En el fondo, él sospecha que ella no lo quiere por lo que es sino por lo que tiene y que otro tiene lo que ella quiere más allá de una billetera. Entonces la inseguridad se apodera de él y lo va degradando hasta convertirlo en un manojo posesivo de celos y alucinaciones que no son tales. Son muy reales. La putona, al igual que el escorpión del cuento, lleva en su esencia el picar a la rana. Aunque estén a mitad del río y se hundan los dos.

Ella por su lado, empieza a sentir lo que nosotros sabemos desde la adolescencia. Que billetera mata a galán pero nunca, nunca, mata al orgasmo que surge de la piel y no de una cuenta bancaria.

Ya lo decía un sabio: no es lo mismo amar a alguien porque se lo necesita que necesitar a alguien porque se lo ama.

Yo prefiero la segunda. No sé... tiene más onda.