domingo, 10 de mayo de 2009

ENTRE MUROS MUERE LA ONDA

Hay un cuento sublime en el libro Final de Juego.

Cortázar describe, como nadie podría haberlo hecho, el momento de iluminación de un tipo en un cine de la calle Lavalle. Hablamos del punto exacto en donde el mundo muestra la hilacha, deja de ser mágico y se muestra con un berretismo que obliga al personaje a escapar, vaya a saber uno adonde, para no volver nunca más.

Yo todavía no desaparecí. Pero lo estoy pensando seriamente.

A mi no me paso en un cine de Lavalle. Me pasó en un Showcase. Y, salvo ciertos matices, el resultado fue el mismo que en el cuento.

Situación: película francesa, ganadora de la palma de oro de Cannes y críticas con más estrellas que el firmamento mismo.
Una mierda.
Esta bien, es subjetivo. Pero no.
Más bien es la cabal demostración de los tiempos que corren. Juro que cada vez más extraño mis encarnaciones anteriores. Y eso que era esclavo en Misisipí.

Dos horas de adolescentes monosilábicos que son estudiantes y hacen de estudiantes monosilábicos. Dos horas de profesores sin sangre que hacen de profesores sin sangre. Dos horas interminables de un baño de mediocridad que se convierten en un auténtico test del suicida.

Muy lejos de the wall y esa furia que invitaba a tomar el toro por las astas y lo establecido por el forro del culo. Muy lejos del mayo francés y su pidamos lo imposible. 
Muy cerca del BAFICI con todos esos modernitos descremados que sueñan con ser directores de cine quizás para seguir siendo adolescentes toda su vida y no tener que caer en algo tan bajo y tan común como es trabajar.

Eso sí, después filman películas que muestran justamente eso. La vida de la gente común y lo aburrido, monótono y estéril de la vida de aquellos que, oh casualidad, no son directores de cine ni actores. Mirá... mirá... qué loco... una persona común ¿Que se sentirá ser anónimo? ¿Cómo será tener un trabajo y una familia?

En fin. El mundo del cine, y el de la cultura en general, se llenó de pronto de borregos snobs y eternos adolescentes, sin imaginación ni fuerza para amenzar al establishment y empujar la humanidad para adelante. 

En un mundo mediocre, mostrar mediocridad se ha convertido en un "duro testimonio", se ha descartado el opinar para no caer en el lugar común del "bajar línea" y las personas que realmente valen la pena son descartadas por ser "estereotipos".

Opinemos. Bajemos línea. Convirtámonos en estereotipos.

Yo, por mi lado, voy a alquilar el viejo Espartaco con Kirk Douglas en VHS y voy a salir a patear traseros de los que filman entre muros de colegios, oficinas y otras "realidades" y viven entre muros mucho más altos, más vacíos y con mucha, pero mucha, menos onda.

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