miércoles, 7 de enero de 2009

INTRODUCCIÓN A LA NO-ONDA

En las tierras de la semiótica un cartel reza: necesita ser nombrado aquello que está ausente.
Esta es, precisamente, la diferencia esencial entre la onda y la no-onda. La onda está dada por aquello que no necesita ser nombrado porque, aunque no mencionado, está presente. Es el punto donde, en una misma persona, el ser no necesita parecer ¿Por qué? Porque es.

La onda, por lo tanto, es belleza. No belleza de rasgos, de tamaños, de contextura o de color. Se trata de una belleza que surge desde el adentro y se manifiesta afuera con la contundencia de quien guarda una coherencia sin fisuras para consigo mismo y para con el universo todo.

En la otra vereda, la más frecuentada, se pasea la no-onda, encarnada en quienes buscan consciente o inconscientemente parecer lo que no llegan a ser. De ahí, su fealdad. De esa permanente necesidad de nombrar con insistencia inusual sus ausencias tratando de convertirlas en presencias. 

¿Cuáles son esas ausencias? El valor, la coherencia, el compromiso, la sinceridad, la honestidad, la humildad, el sacrificio, la alegría, el placer y los millones de conceptos a los que la humanidad,  de tanto rendir culto, ha convertido en palabras vacías. Lindas para nombrarlas pero no para ejercitarlas. En un minuto, puedo decir que soy valiente, directo, sincero, honesto, humilde, sensible, alegre o profundo pero dejar de decirlo para empezar a serlo es otra historia que queda reservada para unos pocos. Para esos que, justamente, tienen onda.

Adentrémonos entonces en el terreno de aquellos y aquellas que todavía sienten la necesidad de hablar, con palabras o con hechos, de lo que no son. Aquellos cuya neurosis pasa por trabajar e invertir las 24 horas del día en algo parecido a lo que creen que deberían o quisieran ser. Resumiendo: adentrémonos en este decálogo de gente que por esforzarce tanto para tener onda, la pierde. 



  

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